Y en nuestra cruzada contra el tiempo que podemos llamar "En busca de la infancia perdida", vamos a por el cine de aventuras. En cierto sentido, toda película (y todo cuento narrado con las herramientas que usted quiera) es una aventura: adentrarse en territorio desconocido para aprender en el viaje. En ese sentido, es tan "cine de aventuras" El Sabor de la Cereza como 20.000 leguas de viaje submarino. Podríamos, de hecho, escribir una nota sobre el vinculo del cine de Kiarostami con la auténtica aventura, pero dejémoslo para cuando las plataformas nos devuelvan al iraní. Ahora mejor hablemos del cine de aventuras clásico, colorido, puramente hollywood que supo existir con flechas, espadas, lianas y puños entre los años 30 y 50. La (excelente) plataforma Qubit.TV tiene una selección gigante, pero vamos por las esenciales. Y claro que las puede ver con chicos: los que andamos por el medio siglo lo hacíamos todos los sábados en continuado. Solo que ahora puede verlas en colores y en idioma original.

Empecemos por La Más Grande Películas de Aventuras Jamás Hecha: La aventuras de Robin Hood, con Errol Flynn (icono), Olivia de Havilland y un hermoso villano jugado por Basil Rathbone, que además era un extraordinario esgrimista. Contar la historia del proscripto Robin de Locksley parece ocioso pero, curioso o no, lo que fue lugar común hace tres décadas hoy nadie lo conoce, así que veamos: hay un noble despojado por un inescrupuloso rey que cree que su hermano, Ricardo Corazón de León, murió en las cruzadas. Y de paso el tipo aprovecha para oprimir al pueblo con impuestos. Ergo, Robin se vuelve un bandido justiciero y se enfrenta al usurpador y sus secuaces. Todo es color, vértigo, diálogos divertidos y un duelo final entre Flynn y Rathbone que incluso hoy es brillante. La parte romántica carece de cursilería: es una película muy moderna.

Burt Lancaster, el actor que llegó a la gloria con El Gatopardo, era de formación acróbata (como otro genio de las aventuras, Tom Cruise) y por eso es que podía hacer cosas increíbles con el cuerpo, además de encarnar al aventurero "piola" y un poco sarcástico. En El Pirata Hidalgo, Lancaster es eso, un pirata que roba un barco británico, se esconde en el Caribe pero, como le pasa a todos los piratas de buen corazón que Hollywood nos ha legado, se ve envuelto en conflictos políticos entre buenos y malos. Y a qué no saben de qué lado estará el buen hombre. Hay batallas navales, hay gente colgada de sogas, hay espadas y trompadas y sonrisas. Es Hollywood en estado puro, dirigido por uno de los más importantes -y olvidados- realizadores de esos años, Robert Siodmak.

Ya que estamos, hay un artesano de Hollywood que pocas veces defrauda, George Sidney. Hizo sobre todo musicales (varios con la sirena Esther Williams) y películas de aventuras para la MGM, que en los años cincuenta era el epítome del gran espectáculo lleno de color. Scaramouche, basada en una novela del escritor de aventuras italiano Rafael Sabatini. Ambientada en los tiempos previos a la Revolución Francesa, es la historia de un noble bastardo (y actor, y aventurero), de un villanísimo noble y de amores cruzados y duelos con espadas. Los contendientes son Stewart Granger (gran aventurero hoy casi nada recordado), Mel Ferrer y las chicas muy lindas del elenco son Eleanor Parker (pelirroja impresionante) y Janet Leigh varios años antes de ser cosida a cuchillazos en Psicosis. Los últimos veinte minutos son cine rococó y vibrante al máximo nivel.

A principios de los 50, la gente de la Fox mandó a la Argentina a uno de los grandes maestros del cine, Jacques Tourneur, el tipo que revolucionó el terror con Cat People y el noir con Out of the Past. A puro color y en plena Pampa (real, nada de estudio) hizo The Way of the Gaucho, con Rory Calhoun (iba a ser Tyrone Power pero tuvo una pelea con los ejecutivos) y la bellísima Gene Tierney. Desde el principio hay caballos al galope, melodrama campero y cuchillos. De hecho, es una adaptación disfrazada y no oficial de cierto librito llamado Martín Fierro. Nunca la Argentina fue tan vertiginosa y dramática como en esa película. De paso: las cámaras que registraron en color el velatorio de Eva Perón fueron esas mismas, que andaban justo terminando el rodaje cuando sucedió su muerte.

Y terminemos con una de las más lindas (sí, linda) película de ciencia ficción de cualquier época: La máquina del tiempo. Basada en la célebre novela de H. G. Wells, Rod Taylor es un hombre que construye la famosa máquina (aún hoy competidora cabeza a cabeza con el DeLorean de Volver al Futuro como mejor nave temporal del cine) y termna en un futuro donde la Humanidad está dividida en una raza etérea e ignorante que es oprimida (y devorada) por otra bestial y subterránea. Todo es vibrante y lleno de movimiento, y no deja además de ser un gran comentario social de contrabando. 

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