Hebe, esa mujer imprescindible
La titular de Madres de Plaza de Mayo falleció este domingo a la edad de 93 años. Símbolo en la batalla por memoria, verdad y justicia, Hebe no bajó nunca las banderas de su lucha.
A las 9.20 de la mañana de hoy, Hebe María Pastor de Bonafini, símbolo de los derechos humanos en la Argentina y el mundo, falleció a la edad de 93 años en el Hospital Italiano de la ciudad de La Plata, víctima de una serie de enfermedades crónicas que la afectaban desde hacía tiempo.
La mujer, el ama de casa, la cual a raíz de la desaparición de dos de sus hijos y de su nuera, se iba a meter en la batalla por los derechos humanos en un tiempo donde la oscuridad reinaba en el país, dejó de existir el preciso día en que se conmemora la fecha de la soberanía nacional, dejando a sus espaldas un legado de luchas inquebrantables y necesarias.
El 8 de febrero de 1977, en la ciudad de las diagonales, su hijo mayor, Jorge Omar Bonafini, iba a ser secuestrado y desaparecido por la dictadura militar que había usurpado el poder el 24 de marzo de 1976, y de esa manera, la mujer que hasta ese momento nunca se había involucrado en política, recibía el primero de los golpes que la marcarían para siempre.
El segundo, le iba a llegar el 6 de diciembre de ese mismo año, con el secuestro y posterior desaparición en la localidad de Berazategui, de su otro hijo varón, Raúl Alfredo Bonafini; pero los militares le iban a asestar una tercera herida con la desaparición, el 25 de mayo de 1978, de su nuera y esposa de Jorge, María Elena Bugnone Cepeda.
"Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. No sabía muchas cosas. No me interesaban”, diría años después al precisar el momento en que decidió sumarse a larga batalla por los derechos humanos.
“El amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber", supo sintetizar por entonces.
Resguardando su dolor, Hebe tomó la decisión de salir a reclamar por los suyos, y con el tiempo, desde la titularidad de Madres de Plaza de Mayo, se iba a encargar de luchar por todos los desaparecidos, encarnada en una pelea desigual, que le iba a costar jirones de su vida, pero la cual no iba a abandonar nunca.
Hebe, la guerrera imbatible, la mujer esclarecedora y polémica, pero definitivamente consecuente, se iba a armar de coraje para enfrentarse a todo aquel que se opusiera en su cruzada por memoria, verdad y justicia.
Hebe, la mujer que, además, nunca se cansó de pedir justicia por las víctimas de gatillo fácil, por los pueblos originarios que eran despojados de sus tierras, por los pobres de toda pobreza que eran estigmatizados y reprimidos.
La que se le plantó a varios presidentes, jueces y fiscales ante lo que consideraba falta de voluntad política para sentar en el banquillo de los acusados a represores y genocidas, y la que, sin embargo, ante la llegada a la Casa Rosada de ese dirigente patagónico flaco y desgarbado, que era Néstor Kirchner, decidió sacarse el pañuelo, emblema de la resistencia de Madres, dispuesta a asistir a su asunción, porque tal vez sabía o intuía, que el flamante mandatario cambiaría el decurso de la historia con su decisión de reabrir los juicios por crímenes de lesa humanidad.
"A mí me gustan los políticos que se embarran, me gustan los Néstor, las Cristinas, me gustan mucho los pibes que trabajan en los barrios, a los que ni se conoce y dan su vida los fines de semana", supo decir en alguna entrevista.
La Madre que nos entregaba palabras de aliento y caricias a los jóvenes que, por los años ‘80, integrábamos el grupo de apoyo a sus luchas, la que no dudó en acompañar la huelga de hambre de las mujeres de la Villa 31 de Retiro cuando Jorge “Topadora” Domínguez pretendió erradicarlas de esas tierras.
La mujer coraje que decidió enfrentar a una parte de la Iglesia cómplice de la dictadura, y al cardenal Jorge Bergoglio, la que sin embargo y con el paso de los años, se fue a reconciliar con esa Iglesia comprometida con los postergados y con un Papa Francisco que la recibió en sus brazos. La que no calló ante las amenazas, los vehículos en movimiento que buscaban atropellarla, las balaceras contra su casa o las múltiples intimidaciones.
¿Hebe tenía contradicciones? Seguramente y muchas, como todo ser humano, pero quién se puede arrogar el derecho de cuestionar a esa mujer que decidió ponerse al hombro, la más terrible de las misiones, la de encontrar con vida y exigir justicia por sus hijos desaparecidos en un mundo indiferente al dolor ajeno.
El último viernes y ante la visita que le realizara el arzobispo de La Plata, Víctor “Tucho” Fernández, con una sonrisa en su rostro, Bonafini le anunció: “Ya estoy lista”. Ahora, esa mujer imprescindible, con su pañuelo blanco cubriéndole la cabeza, partió a reencontrarse con sus hijos queridos y su nuera, y con todas las compañeras y compañeros que la precedieron.
Que tengas el mejor de los viajes a donde quiera que vayas, querida Hebe. Nos dejaste tu presencia ineludible y el mejor de los legados, aquel que advierte que "la única lucha que se pierde es la que se abandona".