Escapar hacia adelante con rumbo a lo desconocido
La tirria es tan mutua y profunda que Martín Guzmán abandonó el salón apenas supo que estaba por llegar Wado De Pedro. El exministro de Economía se había acomodado bien temprano en un rincón del palermitano Club Lucero, donde el think tank Fundar cerraba el año, y saludaba distendido a los empresarios que se le arrimaban, como el transportista Roberto Murchison, el anfitrión Sebastián Ceria o el citricultor Agustín Otero Monsegur. Había que abrirse camino porque -como cuando era ministro- lo cercaba más de media docena de sus antiguos colaboradores.
Matías Kulfas también estaba invitado pero, melómano como el Presidente, no quiso perderse el recital de Björk en Costanera Sur. Se ahorró tener que gambetear también él al mercedino, acaso el dirigente kirchnerista más accesible para opositores y hombres de negocios pero que difícilmente se permitiría una instantánea sonriente con el exministro de Producción.
No es para menos. El tándem Kulfas-Guzmán, según el relato sobre el cual el cristinismo planea basar su estrategia de campaña opoficialista para el año que viene, es el único responsable junto a Alberto Fernández de la severa crisis económica que “le toca administrar” a Sergio Massa. La maquinaria comunicacional del superministro también alimenta ese evangelio. Los dólares escasean porque Kulfas permitió una “avalancha importadora” de tragamonedas y aviones privados, el Central tiene que volver a desprenderse de reservas porque “dejaron una pila de permisos para importar por más de diez mil millones de dólares” y el ajuste fiscal castiga a estatales, provincias y beneficiarios de planes sociales porque cuando dio el portazo Guzmán “había un déficit fiscal anualizado del 12%”. El capital financiero también puja por dolarizarse al precio que sea por las deficiencias de “una reestructuración de la deuda privada que debió haber reducido el riesgo país y favorecido el ingreso de divisas”, como dice el frondoso informe de coyuntura que publicó esta semana el hasta hace poco secretario de Comercio, Roberto Feletti.
La historia real es algo más compleja. La oferta a los acreedores privados fue presentada en la Quinta de Olivos en 2020 por un Guzmán a quien Cristina Fernández todavía miraba con una mezcla de orgullo maternal y respeto académico. Y si bien hubo empresas que conquistaron porciones de mercado a caballo de un acceso extraordinariamente fluido a los dólares a precio oficial que sus competidores no tuvieron, como la distribuidora textil Barpla o las fábricas de motos Corven y Royal Enfield, la sangría de divisas de este año se explica sobre todo por el encarecimiento de la energía que disparó la guerra de Ucrania. El año pasado, bajo la supervisión de Kulfas, se importaron 150 mil autos. En 2015, con Débora Giorgi, casi 600 mil.
Lo más difícil de explicar para el exjefe del Palacio de Hacienda son los U$S 20.731 millones que vendió a precio oficial a empresas privadas, en su mayoría grandes, para que saldaran intereses y capital de las deudas con el exterior que se les habían acumulado en la era Macri. Casi un 60% del superávit comercial acumulado en los dos años y medio de gestión del Frente de Todos hasta junio pasado. Con tamaña brecha cambiaria es un indisimulable subsidio al capital más concentrado, el único con acceso al crédito externo.
Pero la descoordinación, como el tango, se baila de a dos. Y aunque a esas desinteligencias internas se sumen dos factores decisivos de la actual crisis heredados del macrismo, como el vertiginoso endeudamiento y las devaluaciones de 2017 y 2018, es tan falaz soslayar esos cortocircuitos como atribuirlos enteramente a uno de los protagonistas del divorcio contencioso. El kirchnerismo también hizo lo suyo en casos como el salvataje de la metalúrgica mendocina IMPSA (ex Pescarmona), que en su origen empujó entusiasta la cristinista Anabel Fernández Sagasti y que una vez estatizada por gestión de Kulfas no consiguió venderles las turbinas que esperaba a las hidroeléctricas Yacyretá y Río Grande, bajo control del camporismo energético.
Campaña del desierto
El halo de fortuna que envolvió las primeras semanas de gestión de Massa parece empezar a evaporarse. Se nota en hechos fortuitos pero no menos desafortunados, como que su cumbre con los zares criollos de las criptomonedas haya caído el mismo día del criptocrash que llevó al Bitcoin a su precio más bajo en dos años. En la foto que difundió su equipo de prensa, para peor, el ministro aparecía flanqueado por el excéntrico Carlos Maslatón, ilustre vecino del Kavanagh y fundador de la billetera Lirium. Un viejo lobo de la política, exconcejal porteño de la misma Ucedé con la que supo coquetear de jovencísimo el propio ministro y estrecho colaborador hasta pocos meses atrás del diputado ultraderechista Javier Milei.
Massa cumplió esta semana 100 días en la silla eléctrica del quinto piso de Economía. Si bien sabe que en cualquier momento puede recibir una descarga como la que el miércoles desató un misterioso incendio en el octavo, consiguió centralizar la botonera como nunca antes había podido nadie en esta gestión. Incluyendo al Presidente. Y no fue solo gracias al apoyo de Cristina. También a su notable aplomo para ceder sin pestañear, algo que le reconocen quienes sobrevivieron en sus cargos a la purga post-Batakis.
El problema ahora no son los enfrentamientos internos sino la falta de dólares y la consecuencia de esas concesiones iniciales de Massa. Miguel Pesce empezó a venderles a los importadores a $160 las reservas que compró en septiembre a $200, durante la oferta del “dólar soja” para los exportadores de granos. Es cierto que noviembre es un mes tradicionalmente deficitario en el balance cambiario y que el año pasado tuvo un saldo vendedor de 900 millones. Pero en menos de la mitad de éste, esa cifra está a punto de superarse. También hubo que subir violentamente las tasas de interés para reabsorber los pesos entregados a los sojeros, que ya saborean el próximo precio preferencial que le arrancarán al Ejecutivo por sus divisas. La montaña de Leliq es el doble de alta que un año atrás y duplica la base monetaria.
Aunque Massa les prometió el jueves a los industriales que tendrán dólares para importar insumos y no frenar más líneas de producción, la sequía amenaza con convertir la campaña en un desierto. En tres semanas, la estimación oficial de la cosecha fina de trigo que hace la Secretaría de Agricultura bajó de 16 a 11 millones de toneladas. Es un dolor de cabeza a tres bandas, porque no solo recorta la afluencia de dólares prevista sino que también empuja el precio de la harina, y por ende del pan. También afecta la siembra de maíz y soja, que arranca en esta época pero no en suelos secos.
El susto y los precios
En la oposición, en tanto, cruzan amenazas de romperse la cara y acusaciones de espionaje pero se abroquelan en torno a un programa que no distingue a halcones de palomas. Si bien hay preferidos, todos los economistas del espacio dialogan con todos los precandidatos que olfatean su regreso al poder. Y no son solo los exfuncionarios de Macri. En el VIP del encuentro con Felipe González que organizó esta semana el G-6 de entidades empresariales, por ejemplo, Martín Redrado no se despegó del larretista Fernando Straface. El exbanquero central no consideró dadas las condiciones para volver a la función pública de la mano de Massa, a quien asesoró durante años, pero todavía anhela ser canciller. No necesariamente de este gobierno, claro.
El programa Precios Justos y su fiscalización vía app de celular, la apuesta a todo o nada de Massa para anclar de algún modo los precios, debuta en medio de esas debilidades. Pero más que remontarse a las indagaciones medievales de Santo Tomás de Aquino sobre la determinación del precio justo de un determinado bien, al ministro le serviría releer un clásico paper de Roberto Frenkel de 1979 titulado “Decisiones de precio en alta inflación”, donde flotan varias claves de la retroalimentación inflacionaria contemporánea.
Frenkel muestra que a partir de cierto umbral, del orden del 7% mensual actual e incluso algo superior, los empresarios empiezan a fijar precios con un mark-up extraordinario para cubrirse de subas en el costo de reposición de sus productos. Y que aunque no vendan, tampoco aceptan morigerar ese ritmo por temor a perder su capital de trabajo. La incertidumbre manda. A mayor tiempo de giro del capital de trabajo, más aumentos por las dudas.
“Ante una expectativa inflacionaria alta a incierta, la consideración de los riesgos de pérdida respecto al objetivo de beneficios normales puede implicar decisiones de precio que sobreestiman la inflación”, explica Frenkel. Y abunda: “La obtención de beneficios normales requiere calcular el precio como una determinada proporción normal de mark-up sobre los costos ajustados por la tasa de inflación esperada. La minimización de riesgos puede requerir el aumento de ese coeficiente”.
Todos escapan hacia adelante pero nadie sabe qué le espera ahí. El empresario remarca, Patricia Bullrich se prueba el sillón de Rivadavia y Cristina amaga con una candidatura epopéyica y definitiva contra Macri, aunque en privado sus alfiles ya dan por perdida la elección. Tras el regreso de la derecha, calculan prematuramente, habrá un intento de shock regresivo y una resistencia popular que buscará acaudillar, otra vez, la lideresa. Salvo que la historia no se repita, claro, y que el tiempo importe. Como en el modelo de Frenkel.