Las elecciones y el difuso contorno de lo inexorable
-Si ganan Massa o Larreta, a fin de año vendo a 8 lucas el metro cuadrado. Quizá antes, porque las PASO ya van a mostrar para dónde va la cosa. Pero si el que viene es otro más grietero tampoco me fundo. La verdad, a esta altura ya no me cambia tanto.
Desde su sofá de cuero con vista a los bosques de Palermo, rodeado de obras de arte contemporáneas de valor similar a los semipisos de lujo que comercializa su empresa, el constructor sonríe ante la pregunta de BAE Negocios sobre las elecciones que vienen. Su renovado optimismo es compartido por otros magnates que, tras el semestre de ajuste furioso que acaba de cerrar Sergio Massa, volvieron a imaginar una transición ordenada hacia el próximo gobierno. A pesar de lo caóticas que todavía asoman las internas en el oficialismo y la oposición.
Es la misma sensación que hoy parece extenderse por todo el establishment. No va a haber hiperinflación este año, conceden incluso quienes compraban ese pronóstico durante todo el año pasado. El Gobierno tampoco alcanzará a cumplir con la audaz meta del 60% que se autoimpuso en el Presupuesto, agregan, pero sí puede aspirar a recortar algo la marca del 94,8% con la que cerró 2022. No es poco.
La élite atisba un futuro inmediato más amable para sus intereses, aun cuando sabe que lo que se define ahora son las reglas de juego de ese futuro. Lo subrayó el lunes el jefe del Grupo Pampa, Marcelo Mindlin, en la inauguración de la central térmica Ensenada Barragán, para la que su compañía invirtió 250 millones de dólares junto a YPF. "Esto se pudo hacer porque desde todas las partes se cumplieron todos los contratos", enfatizó. Un mensaje a varias bandas en el enmarañado sector de la energía, donde el propio zar de la energía viene de venderle Edenor a un consorcio liderado por José Luis Manzano, Daniel Vila y Mauricio Filiberti, todos viejos amigos de Massa.
Mindlin también tiene buen diálogo con el ministro de Economía, a quien en agosto definió como "un trabajador incansable". Lo que nadie sabe es si, en sus manos, Edenor habría sido tan favorecida por la generosa licuación de la deuda que mantenía con la estatal Compañía Administradora del Mercado Eléctrico Mayorista (CAMMESA) por energía que nunca pagó. El 3 de enero pasado, cuando todavía no se había disipado el humo de los festejos por la Copa del Mundo, Economía anunció un acuerdo por el cual Edenor y Edesur cancelarán una deuda de casi 220 mil millones de pesos con sólo 80 mil millones, a saldarse en 96 cuotas a una tasa de interés negativa.
Noruega o Angola
No es algo que le quite el sueño a Mindlin, socio de Techint en más ambiciosa obra de infraestructura que se lleva adelante hoy en el país: la ampliación del gasoducto Néstor Kirchner. La obra, cuya relevancia para la geopolítica regional se puso de manifiesto en la cumbre de la CELAC, marcha a todo vapor. A diario se sueldan y entierran unos 80 caños con costura que permitirán reemplazar desde este invierno parte del gas que se importó el año pasado a U$S 30 por millón de BTU por gas de Vaca Muerta que cuesta una décima parte.
Tanto la posibilidad de sustituir importaciones como la de exportar parte del combustible que fluye abundante desde la roca madre de Vaca Muerta hacen proyectar a los especialistas que el rubro energético pasará de ser deficitario en U$S 7.000 millones anuales a superavitario en unos U$S 15.000 millones en apenas un lustro. Y que ese tránsito será gradual durante toda la próxima administración. "Eso es lo sorprendente en el país de la grieta. íUn gobierno está haciendo una obra para el siguiente!", se rió ante este diario otro peso pesado del sector.
Lo que todavía no está definido es cómo hacer para que la interconexión con Brasil no implique una suba de precios del gas en el mercado local por arbitraje entre el precio doméstico y el externo. El riesgo es que, si Brasil compra a U$S 6 el millón de BTU, nadie quiera venderlo a U$S 3 acá. Es lo que pasaría si el gas se "commoditizara" plenamente y el flujo no pudiese ser regulado por el Estado. Aumentarían las exportaciones pero el efecto sería regresivo y hasta desindustrializador, porque la energía es un costo clave para las fábricas. Como en Paraguay, que exporta a la vez electricidad y gente sin empleo.
Los petroleros aseguran que eso puede evitarse con contratos a largo plazo, como los del Plan Gas, y le reconocen su autoría a Axel Kicillof. Una figura tangencial y postreramente reivindicada en ese mundo, donde escuchan con interés tanto a Nicolás Arceo, su antiguo referente en el tema, como a su exviceministro Emmanuel Álvarez Agis. Ante ellos, en reserva, el director de la consultora PxQ es brutalmente honesto: dice que los dólares van a llegar pero que, según cómo los administre, el país puede terminar como Noruega o como Angola. Dos países que encontraron gigantescas reservas de hidrocarburos a mitad del siglo XX y que luego corrieron suertes opuestas.
Dentro del Gobierno, el gasoducto ya no genera grietas. Ya nadie discute, como lo hacía Cristina Kirchner el año pasado, que los caños lleguen ya doblados y soldados desde Brasil y que menos de la mitad salga de la planta de TenarisSIAT en Valentín Alsina, tal como se contó en esta columna la semana pasada. Todos los funcionarios kirchneristas que sobrevivieron a la razzia de Massa en Energía están alineados con el mismo objetivo de la jefa del área, Flavia Royón, de llegar antes de fines de junio. Curiosamente, el mismo deadline que el calendario electoral marca para la presentación de candidaturas.
Topos y topas
Las reiteradas muestras de impotencia del kirchnerismo también ilusionan al establishment con correr a la vicepresidenta, esta vez sí, del círculo decisorio de la política. El desencuentro de la propia Cristina con su admirado Luiz Inácio Lula Da Silva, la pataleta pública de Wado De Pedro contra Alberto Fernández y la ráfaga de metralla que descargó Máximo Kirchner contra todos y todas (menos contra Massa) el domingo pasado fueron leídos invariablemente como síntomas de debilidad. Y eso también tiene un correlato en las valuaciones.
Entre los que celebraron están los magnates expatriados en Uruguay, ideológicamente más afines a Mauricio Macri que a Horacio Rodríguez Larreta pero cada vez más convencidos de que el alcalde porteño es más viable como alternativa de poder. Es un acercamiento que empezó el año pasado, cuando varios de ellos (los dueños de Globant, por ejemplo) conversaron con él durante su visita a Luis Lacalle Pou. El presidente uruguayo también prefiere a Larreta sobre su antiguo jefe, a quien no le perdona un plantón en Buenos Aires cuando aún era candidato.
El kirchnerismo rumia su rabia y cerca de Cristina y Máximo empiezan a hacer balances. Comparan al Presidente con una especie de "topo" que llevó adelante un proceso de demolición desde adentro para aniquilar un capital político cuya licuación era indispensable para que pasara el ajuste.
La discusión podría resumirse, en definitiva, a esa cuestión: si el ajuste ya está hecho o no. Si la respuesta es negativa, como aseguran los economistas de la oposición, la repregunta es cuánto más ajuste hace falta. Pero un dato parece sugerir lo contrario. A los valores de hoy, tomando el dólar bolsa (ayer cerró a $357), el ingreso per cápita argentino ronda los 5 mil dólares. Una marca similar a la de países como Jamaica, Túnez, Guatemala o Irak. La mitad del de Chile o Uruguay.
¿Estamos realmente tan devaluados como para convalidar esos valores o será que sobre la Argentina pesa un castigo desproporcionado de los inversores, como asegura Jeffrey Sachs, más por factores reputacionales que macroeconómicos? ¿Podemos terminar como Angola, el emirato fallido cuyo PBI per cápita no llega ni a la mitad del argentino en su valle actual? Si acciones, bonos, empresas e inmuebles cayeran todavía más, a precios de remate ¿acaso muchos de esos mismos magnates no repatriarían para comprarlos parte de los dólares que pusieron a buen resguardo en el exterior?
A esta altura, quizá esa distorsión entre la figura y su imagen en el espejo explique el rebrote de optimismo de una parte del mundo VIP. Lo bueno de tocar fondo es que no se puede caer más.