Una sucesión ordenada
No eran tiempos para dilaciones, para ensayos. La acentuación de la crisis que se experimentó tras la renuncia de Martín Guzmán, dejó en claro que no alcanzaba con un cambio de nombres para reflotar el barco. Es cierto que ante la urgencia, la falta de entendimiento entre las tres cabezas del Frente de Todos y la negativa de los primeros en la lista, aquel fin de semana en el que julio se iniciaba había que cerrarlo con un nombre.
El tiempo de los parches había terminado y Silvina Batakis pagó el precio de asumir mientras se tomaban las decisiones de fondo. Ninguna medida hubiera tenido resultado en un Gobierno desarmado.
Tardó casi un mes Alberto Fernández en reconocer que su gestión había terminado con la desafiante salida de su ministro de Economía. Tras múltiples conferencias secretas, al fin entregó las armas. En contexto histórico, casi puede decirse que el peronismo logró completar una sucesión ordenada.
Lo que viene dependerá de la suerte del acuerdo sellado entre Cristina Fernández y Sergio Massa, encargado de dirigir el timón hasta las presidenciales del próximo año. Si todo sale según sus planes, para consagrarse candidato de la coalición, o al menos del remanente de ella que lleve el sello del PJ. Falta tanto para eso.
El nuevo engendro es todavía más complejo que el anterior: Massa deberá contar con la buena voluntad del derrotado Fernández para que, lapicera en mano, estampe su firma en los decretos que resulten necesarios. Para Cristina es casi lo mismo. Lo ungió a Alberto para que hiciera lo que hizo. Como un deja vu, 14 años después vuelve a reemplazarlo por Massa.
Con las cuentas en rojo, es preferible sentar a las reuniones a interlocutores amables con los "poderes reales". Ya habrá tiempo para que la diferenciación retórica se traslade a los hechos.
"Se abrazaron a Guzmán y los traicionó. Otra vez tuvo que salir Cristina a dar la cara", dijo Máximo en el pico de la crisis. En realidad, acordó que la cara la ponga Sergio. Aun sin banda, el sueño del pibe.