Adversidades: "El avión despega contra el viento"
No podemos controlar todo, ni predecir cada suceso de la vida

Por Lic. Aldo Godino
Todos somos pilotos. Pero, en vez de aviones, tenemos sueños, ilusiones y objetivos que despegar. En ambos casos, el aire puede ser nuestro principal enemigo, pero también nuestro principal amigo. Cuando todo parece ir en contra nuestra es normal que nos bloqueemos, e incluso que viejos fantasmas parezcan resucitar; sin embargo, debemos recordar que el avión despega contra el viento.
Acontecimientos muy distintos en apariencia, pueden generar emociones negativas tan intensas como para hacer que perdamos de vista a los principales puntos de referencia positivos que suelen orientarnos. Los acontecimientos negativos no son buenos pero pueden terminar siendo la oportunidad para aprender; “no hay mal que por bien no venga”. En buena medida, las dificultades a las que nos enfrentamos son las que nos definen. Cuando todo va mal, la resiliencia y la tolerancia a la frustración pueden ayudarnos.
Tolerar la frustración es aceptar que no siempre podremos obtener lo que deseamos. La vida no es perfecta; está repleta de situaciones que se alejan, en gran medida, de nuestras expectativas. Forma parte de nuestro proceso madurativo aprender a aceptar y gestionar esta realidad. No obstante, cuando esto no se logra y crecemos con una baja tolerancia a la frustración, habremos de hacer frente a mucho sufrimiento.
En un contexto de dificultad, podemos actuar en sentidos opuestos: algunos entregan totalmente el control de lo que les sucede, mientras otros emplean toda su energía en actuar sobre aquellas variables que sí pueden manejar para tratar de minimizar los daños y modificar la situación. La resiliencia da lugar a conductas y procesos de pensamiento que son muy útiles para cuando las fuerzas que nos rodean, no favorecen nuestros intereses. El psiquiatra infantil Michael Rutter decía: “La resiliencia es el fenómeno por el que los individuos alcanzan relativamente buenos resultados, a pesar de estar expuestos a experiencias adversas”.
Ser resiliente no significa ser insensible. Las personas resilientes sufren heridas y, precisamente, muestran su habilidad a la hora de desinfectarlas, vendarlas y cuidarlas para que cicatricen y no secuestren su voluntad.
Desarrollar una autoestima estable y positiva hace que seamos capaces de resistir los eventos traumáticos a los que nos enfrentamos, independientemente de su gravedad. A la vez, ser capaces de parar y reflexionar nos permite mejorar nuestra capacidad de introspección para descubrir cuáles son nuestras aptitudes y actitudes para enfrentar lo que nos está sucediendo. Ser hábiles a la hora de gestionar la frustración nos da un espacio muy valioso en muchas situaciones complicadas. De alguna manera, nos ayuda a conservar nuestra lucidez mental haciendo que nos decantemos por opciones que pueden beneficiarnos en el largo plazo.
Las preocupaciones son útiles cuando nos hacen resolver problemas, pero no cuando pasan a contaminar casi todos nuestros hilos de pensamiento. Cuando las preocupaciones duran demasiado, se convierten en bucles de pensamientos conocidos como “rumia“. Ser resilientes y tolerantes a la frustración implica saber convertir los momentos duros de la vida en oportunidades para crecer y desarrollarnos. Solo cuando nos hacemos responsables de nosotros mismos podemos afrontar los desafíos de la existencia.
Dejemos de querer controlarlo todo. No intentemos predecir cada pequeño suceso de nuestra vida. No le tengamos miedo a la incertidumbre ni al cambio. La necesidad de control no nos otorga la capacidad de modificar lo que acontece, sí nos priva de la tranquilidad. La baja tolerancia a la frustración esconde inseguridad, el temor a no ser capaces de afrontar la negativa que nos pone la vida. Por ello confiemos en nosotros mismos, en nuestra capacidad para gestionar la incomodidad emocional y salir adelante. No somos víctimas, tenemos el poder de decidir cómo reaccionar.
“Un hombre viajaba en un barco que naufragó. Apenas vivo, las olas lo llevaron a una isla desierta. Triste, le pedía a Dios que lo salvara. Cada día miraba al horizonte esperando ver un buque que viniera en su ayuda.
Completamente agotado, el hombre decidió construir un refugio con los restos del barco que también llegaron a la costa. Días después, de camino a su improvisada casa, luego de atrapar algunos moluscos en la playa, el hombre vio que salía un espeso humo de ella, y una gran llamarada la consumía.
Lo peor de todo es que junto a su único techo también se quemó lo que quedaba de sus pertenencias. Ante tal situación y sin poder contener su tristeza gritó al cielo: -¿Cómo has podido hacerme esto?
Al día siguiente lo despertó el estridente silbato de un barco que venía en dirección a la isla a rescatarlo.
-¿Cómo han logrado saber que yo estaba aquí?- preguntó el hombre.
-Vimos tu señal de humo- le respondieron los marineros.”