Más compromiso y menos sacrificios
El amor auténtico debe ser una fuente de realización cotidiana

Por Lic. Aldo Godino
El amor no es sencillo y no todos entienden lo mismo. La idea es que tenga como base el respeto, la libertad, proyectos compartidos y el deseo de la felicidad de todos. Es normal dialogar, exponer las diferencias, buscar acuerdos, negociar. La clave está en mirar hacia delante, no quedándonos atrás. El amor cambia, de la misma forma que cambiamos las personas. Sin embargo, son muchos los que creen que el amor verdadero exige sacrificios y constantes concesiones, y cuanto mayores sean, más auténtico será el vínculo.
De hecho, hemos entrelazado de tal forma el afecto con la idea del sacrificio que, a través de estos dos ingredientes, llegamos a evaluar el amor verdadero. Verlo a través de este prisma, nos hace entender este sentimiento casi como un especie de dios atávico que exige grandes concesiones y dolorosas ofrendas, para que podamos ser verdaderamente dignos del amor.
Entendamos que aunque las relaciones exigen, en ocasiones, sacrificios puntuales, esta práctica no puede convertirse en norma. El amor auténtico debe ser una fuente de realización cotidiana y nunca una hoguera de sufrimientos donde lanzar nuestros sueños, identidades y valores. Amar no es hacer del sacrificio una norma. Todo vínculo debe favorecer nuestro desarrollo personal, no diluirlo.
A veces, los sacrificios son necesarios. Hay momentos en que efectivamente, deben recorrerse kilómetros, arrancar raíces, movilizar hogares, reformular futuros, trazar nuevos mapas vitales. Ahora bien, la persona debe interpretar esos actos como un beneficio, nunca como un daño. La percepción de ganancia debe superar a la sensación de pérdida; debe existir por tanto, un adecuado equilibrio.
Sin embargo, seguimos condicionados por la idea de que amor y sacrificio van de la mano. Aún más, hay quien llega a racionalizar estas concesiones pensando que es lo mejor, que es lo que debe hacerse. Algunos pueden decirse a sí mismos que dejar su trabajo ha sido lo mejor, que abandonar esa casa, ese proyecto, esa costumbre, esa amistad es lo adecuado porque, al fin y al cabo, el amor es lo único importante. Este razonamiento puede mantenerse hasta que la balanza ya no tenga equilibrio.
El momento en que, sacrificarse por amor se convierte en algo constante, aparece el problema. Lamentablemente, esta conducta, este suicidio emocional, donde llegar a desprendernos de nuestros valores, identidades y dignidades, se lleva a cabo casi cada día. Hablamos de recursos emocionales, económicos, de tiempo e incluso de salud.
El sacrificio desmedido y constante puede generar malestar. Como dinámica no es la mejor ni la más positiva. Debemos tenerlo claro: las relaciones saludables requieren siempre menos sacrificios y más compromisos. El amor no debe doler ni estancar, sino permitirnos desarrollarnos como personas. Si bien es cierto que, en determinados momentos, ceder y buscar el bienestar del otro es positivo y hasta esperable, cabe señalar que todas estas dinámicas deben darse desde la reciprocidad.
"Dos jóvenes se pusieron de novios. Vivían en un pueblito de leñadores. Él era alto, esbelto y musculoso. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos hermosos.
El pueblo entero los quería y les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos.
Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara mucho. Y bajó al pueblo para ver qué podía encontrar allí.
Al pasar por la joyería única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Recordó que había un solo objeto material que su esposo consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir.
Entró a preguntar cuánto valía; era mucho más dinero del que ella había imaginado y había podido juntar. Al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Ella tenía el pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, y no tardó en entrar a preguntar. El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y una caja para guardarla. Volvió a su casa pero no dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron; él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo. Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
Ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces ella sacó, de debajo de la mesa, la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia."