Hay días en los que deseamos escapar bien lejos y huir de todos los problemas, posibilidad muchas veces tentadora. Sobre todo, cuando la vida aprieta, los problemas son muchos y ciertas personas nos agobian o amenazan nuestro bienestar. Hay algo catártico en la imagen de nosotros mismos tomando distancia de todos y de todo. Sin embargo, decía con acierto Antoine de Saint-Exupéry que “la huida no ha llevado a nadie a ningún sitio”. Detrás del deseo de huida hay realidades subyacentes que convendría atender. Porque por muchos kilómetros que dejemos atrás en nuestra escapada, los problemas seguirán pesando en la mochila. 

No obstante, esto no quiere decir que en ciertos momentos de nuestra vida podamos optar por un distanciamiento temporal de lo que nos rodea. Tomarnos uno, dos días o una semana entera para reflexionar resulta beneficioso y reparador. Sin embargo, decidir abandonar de manera definitiva todo aquello que conforma nuestra vida es un acto arriesgado que necesita ser meditado. La distancia no siempre disipa el malestar interno.

Hay quien siente el indescriptible deseo de dejarlo todo y marcharse. No siempre está claro qué causa dicha necesidad. A veces acumulamos toda una concatenación de problemas, decepciones, miedos, ansiedades e incertidumbres que cuesta explicitar. Sin embargo, es recomendable desgranar en detalle qué hay detrás de ese nudo de malestar que nos provoca querer dejarlo todo. Es interesante saber que las ganas de huir no dejan de ser una forma de evitación experiencial. Es decir, en lugar de afrontar lo que nos ahoga, se opta por dejarlo todo.

Necesitamos un paréntesis, poner distancia, darnos un respiro, separarnos un poco de nuestra vida cotidiana. Todo ello es respetable y del todo comprensible. Siempre podemos darnos unos días para nosotros mismos, en soledad, si así lo necesitamos. Todo puede ser beneficioso. Durante ese periodo lo más recomendable es practicar el autocuidado. Descansar, relajarse, conectar con nosotros mismos. Urge clarificar, en la propia interioridad, estrategias de afrontamiento y no de escape. Es bueno hacer cambios en nuestra vida que nos permitan aflojar presiones. En ocasiones, los pequeños cambios traen consigo grandes ventanales de oportunidades y de ilusión. 

En lugar de huir y dejarlo todo, siempre será recomendable hacer algunos cambios en nuestra vida. Por término medio, el hecho de escapar de lo que nos rodea no siempre soluciona nuestros problemas. Lo ideal es desarrollar estrategias para encarar lo que nos quita el ánimo, las ganas y la ilusión. Al hacerlo, nos sentiremos más competentes y percibiremos un mayor control sobre nuestras vidas. Quien huye, al fin y al cabo, se lleva como compañero de viaje a sus sufrimientos de siempre. 

Huir es una forma de escapar que utilizan muchas personas para no tener que reconocer y afrontar sus errores. Esta “fuga” pretende salir de una situación problemática, conflictiva o difícil insistiendo en la actitud que nos ha llevado a la misma, con la esperanza de que la cosa se solucione con más de lo mismo. Si no aceptamos nuestros errores, no aprenderemos de las consecuencias y probablemente estos se volverán a repetir en ocasiones posteriores.

En definitiva, huir no soluciona el problema, solamente lo pospone. Cuando huimos vivimos tan desconectados que dejamos de pensar en quiénes somos y en qué sueños nos quedan por realizar. Es como si necesitáramos huir para no pensar en lo que deberíamos pensar. Cuando las experiencias pasadas quedan sin resolver pueden producir efectos psicológicos y fisiológicos negativos que luego nos va costar aún más enfrentar. No podremos superar el ayer hasta que lo hayamos aceptado. Podemos correr tan rápido y lejos como se nos antoje, pero lo cierto es que por más que corramos, el problema seguirá ahí.

“Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer las compras. Pero esa mañana no era como todas; porque esa mañana vio a la Muerte en el mercado y porque la Muerte le hizo un gesto. Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.

‐Amo, le dijo, présteme el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán. 

‐Pero ¿por qué quieres huir?

‐Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.

El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo; y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.

Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.

‐Muerte, le dijo acercándose a ella, ¿por qué has hecho un gesto de amenaza a mi criado?

‐¿Un gesto de amenaza? ‐contestó la Muerte‐ No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque hoy en la noche debo llevarme en Ispahán a tu criado.”