OK: este fin de semana todo será hablar de superhéroes porque se estrenó Avengers-Endgame. Entonces, no está mal hablar de la prehistoria de esos filmes, de las películas que empezaron a darle forma al género. No de los primeros seriales ( Batman y Superman, padres de los tipos en malla, arrancaron en esos espectáculos por episodios que aparecían antes de las películas) sino de las verdaderas “películas” con superhéroes. Que, como corresponde, arrancaron con Batman y Superman.

Con Batman siempre fue más fácil porque el personaje carece de superpoderes. La serie de 1966, que nació como un proyecto paródico de Adam West y Frank Gorshin (quien haría al Acertijo) y se convirtió con absoluta justicia en uno de los diez momentos que salvan la existencia de la televisión. Todo era cómico, disparatado, vuelto de cabeza. Batman y Robin decían cosas absolutamente alocadas con la seriedad de un profesor universitario, y los planes de los villanos (entre los que había estrellas como Vincent Price, Cliff Robertson, Anne Baxter, Otto Preminger y los recurrentes Cesar Romero, Burgess Meredith y la gigantesca Julie Newmar) eran de una extravagancia absoluta. Nadie se lo tomaba en serio, y la película derivada de la serie, aunque no tan cómica (se pierde el sentido del gag en la larga duración) es la primera gran producción exitosa con un superhéroe en el centro. Su humor entre irónico y naïf sigue, misteriosamente, funcionando.

Hubo que esperar diez años y que varias películas fantásticas de gran presupuesto tuvieran éxito. Digamos la verdad: si Encuentros cercanos del tercer tipo y La Guerra de las Galaxias no hubieran sido grandes tanques inesperados, nadie habría apostado por Superman, la producción de 1978 a cargo de Richard Donner, quien entonces había tenido un gran éxito con su película La Profecía. La producción fue famosa porque Marlon Brando, por actuar cinco minutos e intepretar a Jor-El, el padre del héroe, cobró un millón de dólares, entonces una cifra impensable, mucho menos por una performance tan breve. Todavía hoy, ajustada por inflación, es la tarifa más alta jamás cobrada por un actor. Pero importa lo otro: todas y cada una de las constantes de lo que cuarenta años más tarde sería el esquema clásico del género estaban ahí: las relaciones personales con problemas, la violencia, la sensación de peligro inminente, el romanticismo “cotidiano” entre seres fuera de toda norma, la aventura constante y algo de tragedia finalmente reversible. Pero además había tres elementos clave que resultaron indispensables para todo el blockbuster que siguió. El primero, tener estrellas más allá del protagonista (Christopher Reeve era apenas conocido, el papel lo lanzó a la fama mundial) y ahí estaban Brando, Gene Hackman como Lex Luthor, Margot Kidder como Lois Lane -era entonces una estrellaGlenn Ford y el entonces recientemente oscarizado Ned Beatty. Tercero: un tema musical que pegó en seguida y sigue siendo clásico, compuesto por John Williams, que venía de componer el tema de Star Wars y Encuentros cercanos.

La secuela de la película es más extraña, estrenada en 1981. La empezó a dirigir Richard Donner pero lo echaron, y la terminó Richard Lester, el genio detrás de las comedias de Los Beatles, estadounidense pero hombre del Free Cinema inglés (por ejemplo, El Knack y cómo conseguirlo). El elenco es el mismo, aunque el villano principal esta vez es el Zod de Terence Stamp que, en la primera, apenas aparece al principio. Superman se vuelve humano y se casa con Lois, lo que genera un gran desastre. Hay una pelea en las calles de Metrópolis/Nueva York que recuerda a las comedias de Laurel y Hardy, porque Lester es un gran comediógrafo. La versión de Donner salió en DVD, de paso. Y en la Argentina la película tenía un corte en esa secuencia de lucha porque en un colectivo se veía la publicidad de la opera rock Evita, prohibida por la dictadura aquí. Pero ya tenemos el conflicto de cómo ser súper y no arruinarle la vida a los que uno quiere. En esos años 80, Superman era la única posibilidad de film de superhéroes (no mencionemos, por favor, el intento del genio del cine de artes marciales Albert Pyun con Capitán América, u otra versión demasiado temprana de Hombre Araña, ni la serie Hulk en la TV). La tercera edición es directamente un filme cómico donde Superman se desdobla en su yo “bueno” y su yo “malo”, acompañado por el entonces exitosísimo cómico Richard Pryor. Como se ve en todos estos filmes, la idea de que el superhéroe es también un personaje satírico -o lo es especialmente aunque no se notefunciona todo el tiempo. Solo en las películas de Donner hay algo más de épica, pero aún era demasiado temprano como para que el mundo se tomase a estas criaturas tan en serio.

Para terminar, y más allá de que el primer personaje exitoso de Marvel fue el hoy poco recordado Blade, interpretado por Wesley Snipes a mediados de los 90, hay un hito más: el Batman de 1989 dirigido por Tim Burton. Era su tercer largometraje, era una producción complicadísima y es menos “una de Batman” que una “de Burton” (y lo mismo pasa con la superior Batman vuelve, una obra maestra de muchos géneros a la vez). El gran acierto de ese filme consiste en pensar el villano como el verdadero protagonista, y subrayar que ambos -malo y bueno- están igual de locos (spoiler: Batman está loco, siempre lo está). A Burton le llovieron insultos por poner a un actor cómico, Michael Keaton, como Bruce Wayne, pero solo un cómico podía “actuar” esa seriedad impostada en un mundo tan desaforado. Y la contraparte es Jack Nicholson, que simplemente logra el mejor trabajo de toda su vida aunando lo patético, lo cómico y lo terrorífico. Fue la película que finalmente hizo del superhéroe un género capaz de ser “de autor” además de gran espectáculo. Lo demás, ya saben, es historia.

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